Un Día en la Vida de un Tanatólogo
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FOTO REPORTAJE
Por Camila Tovar
21/02/2014



Alfredo, un tanatólogo de la décima, trata de sobrevivir día a día; en un laboratorio diminuto y percudido, mezcla su medicina para la presión con sus guantes y cuchillos de disección.

Este laboratorio de tanatopraxia está ubicado en la Funeraria Gámez, en la calle primera con carrera décima, a pocas cuadras del Instituto Nacional de Medicina legal.


Laura
Alfredo es un tanatólogo de la décima con primera. No es el peor ni el
mejor y el suyo es un negocio que a veces solo sirve para pasar el mes.
Su lugar de trabajo da la impresión de ser una carnicería. Totalmente lleno
de baldosas blancas, se ve una camilla oxidada adherida a la pared.
Aunque pasar el día rodeado de muertos parezca aterrador, este tanatólogo encuentra normal su profesión. Su día a día transcurre como el de cualquier taxista o panadero.
En cada sesión parece volverse cercano al cadáver, sin llegar a conocer su
identidad; en verdad es una simpatía momentánea.
El vestier guarda un par de sorpresas, aserrín para rellenar los cuerpos e implementos de limpieza son su tesoro.
Lleno de parsimonia, sin ningún perjuicio, los arregla, almuerza frente a ellos y hasta algunas veces les habla.

Justo al lado de este armario se halla el vestier; aquí Alfredo dice que se pone la pinta de tanatólogo y después vuelve a sus jeans y camisetas.
Sus instrumentos de trabajo y cuidado personal también invaden estas
alacenas. Con mucha risa reconoce que no es “el rey del orden”.
Al final viste el cadáver con su ropa o con una toga de santo acompañada
de una estampita, casi siempre para los cadáveres no reconocidos.
Al lado de la basuras se encuentran sus elementos de estilista. Entre
bases, sombras y una que otra peineta, pasa por peluquero al final de la
preparación de cada cadáver.
Al maquillar y vestir a los cuerpos los trata como si estuvieran vivos, “porque sí no, entonces cómo quedan bien” y ríe.
A la salida de su oficina cuelga su diploma. Este título es prácticamente nuevo para el tiempo que lleva ejerciendo. La herradura “es para la buena suerte”, dice él.
Al final del proceso, el cadáver parte por el mismo medio que trajo, el coche fúnebre.
Tiene un diplomado de un poco más de 130 horas y recibe aproximadamente 8 cadáveres al día. Nunca sabe quiénes fueron o de qué murieron.
El verdadero lado Negro de Bogotá
Estimad@s lectores y lectoras para leer esta fascinante historia ustedes cuentan con dos opciones:
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